lunes, 23 de abril de 2018

Sin vuelta atrás



Dió un terrible portazo y salió a la calle. iba  furioso; pero, sobre todo, iba angustiado. Se subió las solapas de la chaqueta, y con las manos en los bolsillos anduvo y anduvo largo tiempo, sin rumbo, al azar; con la lengua, estropajosa y un jadeo terrible de fiera que le hacía cerrar los ojos de vez en cuando... ¡Qué fracaso!... ¡Qué angustia!... Y sus labios se  movieron para murmurar, casi a media voz, llamando la atención a los transeúntes: —¡Yo, que podía haber sido tan feliz, tan feliz..., y no he sabido más que destrozarme la vida!... Continuó andando y evocando su pasado, humilde, pero sereno al menos. Era un triste empleado de una oficina, que en su juventud había soñado hacer grandes cosas. Ordenado, metódico, trabajador, Rogelio hubiera llegado a poseer una fortuna si no hubiera tenido la desgracia de tropezarse, cuando ya rozaba los treinta, con aquella guapa y desenvuelta Manolita, una rififi alocada y hueca de meollo, que le sedujo por su belleza soberana, y con la que se casó tras unos seis meses, olvidándolo todo, sin mirar la pobreza absoluta de su mujer, hija única de un empleado del Estado, una señorita llena de necesidades y caprichos, que pronto originaron los primeros disgustos en la casa. Era derrochadora, caprichosa, agresiva, desordenada; apenas pasada la fiebre de la luna de miel comenzó a mostrarle al marido un desamor que apartó sus almas.,., y cuando Rogelio se permitía hacerle alguna observación sobre los gastos, ella, comprendiendo con su perverso instinto de mujer que iba a exasperarle, se encogía de hombros, contestando: —¡Ay , hijo, pues trabaja más, que yo no estoy en el mundo para pasarlo mal de ningún modo!... ¡Búscate un trabajo por la noche, que no trabajas más que diez horas diarias!,.. ¡Mira el de_Ruiz.., y el de Morales, y el de...! Y salían a colación todos los amigos de la familia, que, cumpliendo con su obligación con la señora, echaban materialmente los pulmones para aportar unos euros más a la casa y que la familia, bien vestida, bien comida, oronda y satisfecha, pasease por los paseos elegantes de la capital a las horas de sol, a las horas chic, Rogelio suspiró. Su torpeza, su equivocación, su fracaso en la vida lo irritaban. Porque él podía haber sido dichoso, muy dichoso. tuvo en sus manos cuanto hace falta para ser feliz y vivir tranquilo: libertad, puesto que era solo en el mundo y tenía una colocación modesta, pero segura, en una Empresa fuerte. Y en los años delirantes de su juventud tuvo también la suerte de encontrar una de esas mujeres buenas, mujeres santas, que parece que están en la tierra para secar con su ternura todas tas lágrimas, para ornar, con dulzura de madre, para perdonar, para alentar... Se llamaba Pura, y eran novios cuando él conoció a Manolita. Y... ¿cómo fue?... La mujer frivola, alocada, inquieta y dominadora borró por completo en el alma, de Rogelio la imagen y el amor de la muchacha dulce, callada, tímida, sumisa... Y ahora... ¡Ya era tarde, tarde para ¡todo!... Rogelio se paró y miró en torno, sin ver siquiera dónde estaba, como si buscase el camino perdido...: pero sólo vio, con los ojos de la imaginación, su pobre oficina, adonde ahora iba a llegar, como cada tarde, para inclinarse sobre el pupitre largas horas; su casa, sin amor y sin calor; aquella mujer ruda y violenta, a la que había que estar perdonando a cada paso, que gritaba como un energúmeno todo el día, amenazando a criadas y proveedores, pegando y maldiciendo a los hijos... Y el hombre volvió a cerrar los ojos, y repitió, en voz alta esta vez: —¡Yo, que podía haber sido tan feliz, tan feliz!... Últimamente había aligerado el paso, porque se le hacia tarde, cuando, de pronto, al torcer una esquina... ¡Oh!... Rogelio se detuvo en seco y se acercó a ella, tras una leve vacilación: —¡Hola, Pura! ¿Adonde vas?.., ¿Qué haces? Las palabras salieron de su boca angustiosas y tristes. Ella, que llevaba un pañuelo bajo el brazo, contestó muy serena: —¡Ya lo ves, hombre! ¿Adonde quieres que vaya? ¡A entregar, como siempre! su voz también era triste, como la expresión de sus ojos negros, que no habían perdido su belleza. Y los dos se contemplaron ahora largo rato en silencio, en ese silencio que sigue a las grandes catástrofes del alma, y  que es cuando ,se destroza el corazón... De pronto él rompió a hablar con la vieja vehemencia: —¡Pura, ah, Pura!... ¡Si tú supieras... cuánto me alegro de verte!... —¿Para qué, hombre?.., —¡Ah , tú no sabes!... Te sigo queriendo como el primer día, porque ahora he visto lo que tú vales... Y si tú quisieras... aún, a pesar de todo..., a pesar de mis hijos... Nos iríarmos lejos, muy lejos, y nos formaríamos una vida nueva. Y después... Tú me quieres aún... Pero ella le interrumpió, muy serena: —No, Rogelio; es verdad que aun te quiero. ¿Para qué negártelo ?... Te, querré mientras viva, pero ya es tarde... Yo sé que no eres dichoso, que tu vida ea muy triste... Que yo estoy vengada, bien vengada... ¿Lo ves?... Me ha vengado la vida, que no perdona nunca cuando hacemos mal a quien no lo merece... Mi vida también es triste; pero yo tengo, al menas, el consuelo de no ser culpable... ¡Y adiós! Es tarde para mí; para ti también... Nuestro momento pasó, Rogelio... Una gran tristeza se asomó a sus ojos, tan dulces... Y Rogelio la vio aplastar una lágrima al tiempo que le tendía la mano. El comprendió que no devía insistir.                 
—¿Cómo está tu madre? —Mal; cómo quieres que esté, tan viejecita, en aquella casa tan triste. las dos tan solas siempre... ¡Y adiós!... Un estremecimiento les recorrió a los dos al estrecharse la mano... El la vio marchar calle arriba, con paso rápido, sin volver la cabeza... Entonces sintió como un derrumbamiento en su alma: aquella mujer era la escogida por su corazón; aquella mujer era la que le habría llenado la vida de luz y de alegría... Y bajó los ojos, conteniendo un enorme suspiro... ¡Estaba vengada bien vengada!... 

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