miércoles, 24 de octubre de 2018

EL CURA Y EL MILITAR



El cura y el militar son los dos brazos principales de los Estados.
El uno, para contener a los pueblos por la fuerza de las armas de lo que hará, en su inconsciencia, carrera de honor. El otro, para contenerlos con la filosofía y la doctrina de la humillación y el sacrificio, haciendo también, en su inconsciencia, carrera de la explotación de la conciencia, que osa llamarse sacerdocio.
Claro está, el uno se complementa con el otro. La fuerza podría ser repelida por el pueblo con la fuerza, y se necesitaba una doctrina que abatiese los ánimos, rebajándolos hasta la paciencia, el perdón de las ofensas e injurias y la conformidad con los males anejos a esta vida y a la diferencia de clases y condiciones.
Se necesitaba una doctrina que enseñase a las masas a despreciar los bienes materiales de la vida, las pompas y vanidades del mundo, poniéndoles como objetivo supremo de todas sus aspiraciones la fantasía de un cielo y de una eterna gloria, para que consintieran su despojo de esos bienes materiales y se mantuviesen en la mansedumbre y aquiescencia de todas las vejaciones a que los privilegiados y usurpadores habrían de condenarlas para gozar ellos solos de todas las delicias. Y esta es toda la misión civilizadora y moral del cura, apoyada en las patrañas teológicas de todos los tiempos, a contar desde los más remotos, en las supercherías del culto y en las ilusiones y beberías de las gente sencilla e ignorante; apoyadas, además, en la malévola intención de los que, desposeídos de ese fanatismo, lo simulan, con el objeto de tener supeditada la conciencia del pueblo para que no despierte jamás del letargo y no sea iluminada por la verdad, la ciencia y por la idea del derecho.
El cura enseña al pueblo que todo esto es la impiedad y el imperio de Satanás para perder las almas...
La doctrina espiritualista de la iglesia lo sustenta:
Los enemigos del alma son tres: mundo, demonio y carne.
El mundo, se entiende por el globo que habitamos con todas sus satisfacciones y bienestar, o bien las ideas materialistas en contraposición de las espiritualistas, que suelen llamar mundanas.
El demonio, la estúpida creación para infundir miedo a los ilusos.
La carne, la hermosa forma plástica que cubre nuestro esqueleto, y que, en su insensibilidad nerviosa, nos atrae irresistiblemente al más delicado cuidado.
Y la moral del cura, toda su misión, es infundir en los hijos del pueblo el desprecio de su cuerpo, el desprecio de los bienes materiales que ven disfrutar a los satisfechos, el desprecio a la imprescindible satisfacción de sus necesidades corporales orgánicas.
Esas son las virtudes que inculca en el confesionario y en el púlpito a niños y a personas mayores de ambos sexos.. .
Y todo esto con el fin de ofrecerles el cielo, y que, como legado de miseria, queden muertos para sí y para los goces de la tierra; pero que sigan trabajando, suministrando con su sudor pacientemente esos goces a sus explotadores, la clase privilegiada, a quien por tales medios religiosos ayuda el cura a sostener tan admirable orden económica, para llevarse su parte no escasa en el botín. 

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