martes, 11 de abril de 2017

La Papisa Juana


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La Papisa Juana. (Fotograma de la película 'La pontífice')

La Papisa Juana 
Juana nace en el año 822, en Ingelheim am Rhein cerca de Maguncia (Alemania). Era hija del monje Gerbert, que forma parte de los misioneros cristianos mandados desde los territorios de anglos para cristianizar a los sajones y llevarles el Evangelio.

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Juana vivió inmersa en un mundo de profunda religiosidad y en un medio en que el conocimiento cultural era práctica habitual, cosa que no se daba en esa época oscura. Juana que era muy inteligente, sabía que como mujer tenía pocas posibilidades de desarrollarse intelectualmente, por lo que decidió hacerse pasar por hombre.
Para poder seguir estudiando, Juana cambió su nombre por Johannes Anglicus (Juan el Inglés) y así pudo trabajar como copista en la abadía de Fulda, que le permitió profundizar en el conocimiento de la medicina.
Esto hace que Juana pueda viajar de monasterio en monasterio (que en aquella época eran los únicos lugares donde se daba la cultura), lo que permitió conocer a los grandes personajes de la época. (En la imagen: Parto de la Papisa Juana en plena procesión)
Se sabe que viajó a Constantinopla. Estuvo también en Atenas, donde profundizó en el conocimiento de los grandes filósofos griegos y conoció al rabino Isaac Israelí, del que aprendió grandes conceptos de medicina y a sanar determinadas enfermedades.
Ya de regreso a su tierra alemana, fue llamado a la Corte del rey Carlos el Calvo, donde era escuchado debido a su profunda erudición.
En el año 848, Juana se traslada a Roma, donde es elegida para dar clases, pronto alcanzará gran fama, siendo bien recibida en los medios del Vaticano. En su estancia romana, Juana aprovecha para profundizar en los estudios del trívium y quadrivium.
Debido a su erudición y a la fama que como profesor alcanza, es presentada al Papa León IV, que se vio gratamente sorprendido por su erudición. La introduce en el mundo vaticano, dedicándola a desarrollar la política de la Iglesia en los asuntos internacionales, además de ser su médico particular.
En junio del año 855 muere el Papa León IV, siendo elegido la Papisa Juana con el nombre de Juan VII.
Los inicios de su Pontificado estuvieron llenos de placidez y de calma, rompiendo la alteración de los anteriores Pontificados.
A pesar de hacerse pasar por hombre, tuvo una vida sexual activa. Se dice que ingresó en la abadía de Fulda siguiendo a un amante estudiante, que había ingresado en ella. En su estancia en Roma, mantuvo relaciones con el embajador de Sajonia en el Vaticano, Lamberto. Como consecuencia de esta relación quedó embarazada.
A los trece meses de su Pontificado fue consciente de que estaba embarazada. Los largos hábitos y las vestimentas alargadas, unido a lo inimaginable que resultaba pensar en un Papa embarazado, permitió que nadie se diera cuenta del tal hecho. Esto demuestra que Juana no era lo virtuosa que se decía. Juana aceptó de mala gana dicho embarazo, pues le iba a dificultar y complicar su labor como Papa. Aquí cabe hacerse algunas preguntas:
¿Por qué no abortó dado que tenía amplios conocimientos de medicina?  Su idea era ir a dar a luz en secreto y después ocultar a la criatura, por lo que esta situación era salvable.
El problema surge cuando se le adelanta en dos meses la fecha que ella tenía prevista para dar a luz. Los hechos suceden cuando estaba presidiendo una larga procesión por las calles de Roma, la cual tenía una gran exigencia física. Dicha procesión iba desde la iglesia de San Pedro a la basílica Lateranense, en un lugar entre el Coliseo y la iglesia de San Clemente. En medio de una calle estrecha se puso de parto. Por eso se dice en Roma que nunca más ha pasado una procesión por este lugar.
Debido al gran esfuerzo empezaron los dolores, que al principio aguantó estoicamente pero pensando que no habría problemas siguió en la procesión. Estos dolores fueron a más y rompió aguas en medio de la misma. De esta forma, los obispos, el clero y el pueblo romano asistieron alucinados al parto en plena procesión del Papa.
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Horrorizados, escandalizados y furiosos, los devotos participantes en la procesión rodearon al Papa y lo apedrearon hasta producir su muerte.
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La suplantación de Juana obligó a la Iglesia a proceder a una verificación ritual de la virilidad de los Papas electos. Un eclesiástico estaba encargado de examinar manualmente los atributos sexuales del nuevo Pontífice a través de una silla perforada.

Acabada la inspección, si todo era conforme a la ley, debía exclamar “Duos habet et bene pendentes”, que traducido dice “tiene dos, y cuelgan bien”.

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